La actividad física constituye un factor que puede tener efectos beneficiosos sobre la salud y también en la senescencia.

Existen bastantes estudios, preclínicos y clínicos, referidos a la influencia del ejercicio físico sobre la funcionalidad inmunitaria. Los resultados disponibles hasta ahora muestran contradicciones, dependiendo del tipo de ejercicio, la función inmunitaria estudiada y el estado del individuo. Sin embargo, se acepta que el ejercicio agudo o muy intenso induce una reacción inflamatoria acompañada de la activación o la inhibición de las funciones de determinadas células inmunocompetentes (Tabla 1), mientras que el ejercicio moderado permite la adaptación del sistema inmunitario y mejoras sus funciones. Por ello, la actividad física no debe ser vigorosa para tener efectos beneficiosos sobre la salud y especialmente sobre el sistema inmunitario, o en su defecto utilizar suplementos y estrategias nutricionales que beneficien los procesos inflamatorios post-ejercicio.

Se acepta que el ejercicio físico extenuante puede causar estrés oxidativo porque incrementa el consumo de oxígeno molecular en la respiración y puede generar grandes cantidades de radicales libres de oxígeno (ROS). Se considera que el ejercicio vigoroso se acompaña de la implicación de las células inmunitarias, especialmente las células fagocíticas, a través de la generación de oxidantes por la activación de factores como NF-kB. En consecuencia, una sobreestimulación de la respuesta inmunitaria innata podría ser perjudicial en individuos con un estado inflamatorio elevado.

Por el contrario, en respuesta al ejercicio repetitivo y gradual disminuye el estrés oxidativo y aumenta la resistencia al daño oxidativo (Figura 1, 2, 3). Este hecho podría ser debido a que el ejercicio induce cambios en enzimas antioxidantes no sólo en el músculo esquelético, que es la principal fuente de radicales libres, sino también en otros tejidos y células. De hecho, aunque existen algunas discrepancias según las especies, tejidos, tipo celular, edad del animal y régimen de entrenamiento, en general se ha observado que con el entrenamiento de ejercicio moderado aparece un incremento de las defensas antioxidantes [1]. Concretamente, se ha observado que el ejercicio regular comporta cambios en las células fagocíticas, regulando negativamente la liberación de ROS y positivamente los mecanismos antioxidantes.

«La actividad física influye sobre la funcionalidad inmunitaria. El ejercicio moderado, repetitivo y gradual parece aumentar las defensas antioxidantes, mientras que el ejercicio intenso o extenuante genera gran cantidad de compuestos oxidantes y activa la inflamación» (Castell M & Pérez FJ, 2014).

1. Ejercicio Físico e Inmunosenescencia

El efecto del ejercicio físico en la senescencia y su función inmunitaria ha sido objeto de pocos estudios, pero aún así los datos disponibles muestran que la práctica del ejercicio moderado mejora la función inmunitaria en la vejez.

De forma experimental se demostrado que el ejercicio regular mejora las funciones inmunitarias y los efectos experimentales son mayores en animales viejos que en jóvenes. Un estudio llevado a cabo en hombres y mujeres senescentes que han realizado ejercicio moderado durante 6 meses (3 sesiones de 45 min a la semana), muestra una mejoría significativa de la funcionalidad de neutrófilos, linfocitos y células NK. Se ha sugerido que los mecanismos implicados en esta influencia positiva incluiría un efecto directo de factores liberados en respuesta al ejercicio sobre las células inmunocompetentes que conllevarían el incremento de sus defensas antioxidantes. Estudios realizados en animales muestran que el contenido de ascorbato en macrófagos aumenta después del ejercicio. Asimismo, estudios clínicos demuestran que las defensas antioxidantes de neutrófilos y linfocitos de sangre periférica aumentan tras un ejercicio físico moderado. Este efecto se acompaña por una disminución de la producción de citocinas proinflamatorias y de otros marcadores inflamatorios, y por un aumento de citocinas antiinflamatorias.

«Se puede postular que la actividad física moderada puede disminuir la velocidad del proceso de envejecimiento a través de la recuperación del balance entre oxidantes y antioxidantes de las células inmunitarias y la disminución de la inflamación«.

2. Inmunidad y ejercicio Intenso/Extenuante

El ejercicio extenuante comporta estrés fisiológico y cambios transitorios pero clínicamente importantes en el sistema inmunitario. Después de un ejercicio intenso, resistente y prolongado se produce una reducción de la actividad de las células NK, de las funciones de neutrófilos, de la funcionalidad de linfocitos T y B, de la concentración de IgA en saliva, de la respuesta DTH y de la expresión de MHC-II en macrófagos (Tabla 1). Estas alteraciones perduran horas después del ejercicio. Los mecanismos responsables incluyen la estimulación del sistema nervioso simpático, cambios en la temperatura corporal, incremento del flujo sanguíneo, deshidratación, lesiones musculares y estrés oxidativo. Durante el entrenamiento intenso aumentan las concentraciones de cortisol, adrenalina y citocinas pro- y antiinflamatorias como IL-6, IL-8, IL-10 y TNFa, entre otras. El déficit inmunitario que se produce en el ejercicio intenso perdura unas 3-72 horas y durante este periodo se pueden producir fácilmente infecciones víricas o bacterianas.

Referencias

[1] Gholamnezhad Z, Boskabady MH, Hosseini M, Sankian M & Rad AB. (2014). Evaluation of immune response after moderate and overtraining exercise in wistar rat. Iran J Basic Med Sci. 17(1): 1–8.

[2] Nieman DC. (2008). Immunonutrition support for athletes. Nutr Rev 310: 310-320

[3] Pedersen BK & Hoffman-Goetz L. (2000). Exercise and the Immune System: Regulation, Integration and Adaptation. Physiol Rev 80: 1055-1081