La cerveza se elabora, fundamentalmente, a partir de la fermentación de cereales. Esto significa que puede tener algunas substancias benéficas para la salud. Nos referiremos, por ejemplo, al complejo vitamínico B -regulador del metabolismo y la reparación celular-, al silicio -participante en la formación de tejido óseo-, y a los polifenoles -antiinflamatorios naturales-. Pero claro, nos estamos refiriendo a una fermentación alcohólica que, aunque con bajos niveles de alcohol (4-6%), va a tener un efecto directo sobre la cognición, el control motor y, lo más importante y pensando en el ejercicio, la diuresis. Así, cualquier bebida alcohólica, además de proveer de calorías de nulo valor nutritivo -lo que va a generar inevitablemente sobrepeso por acúmulo excesivo de grasa-, tiene el inconveniente de favorecer una mayor eliminación de líquido por la orina, lo que no garantizará una correcta rehidratación, al ser altamende diuretica (¿porque cuando alguien bebe cerveza, se crean ganas enromes de orinar?). Alternativamente, podríamos referirnos a la cerveza sin alcohol, pero claro, ahí dejaría de tener su gracia el tema porque no sé yo si los Beer Runners estarían por la labor de beber cerveza sin alcohol… Habrá que preguntarles. En cualquier caso, una cosa es cierta: todas esas substancias pueden obtenerse a través de la ingesta de más alimentos o bebidas que la propia cerveza o, dicho de otro modo, no son exclusividad de la amarga bebida por excelencia. Es por esto que este énfasis en la utilización de cerveza como recuperador post-ejercicio me resulta más que sospechoso e incoherente. ¿Por qué beber cerveza después de entrenar o competir cuando puedo hidratarme mejor con agua o minerales, mientras garantizo una correcta nutrición con la ingesta de prótidos, grasas y carbohidratos de diferente origen…?

cerveza-hidratación

No negaré que el poder socializador de la cerveza es un punto a favor a no desestimar. Pero éste es un fenómeno bien reciente. Desde una perspectiva evolutiva, no tenemos noticia que nuestros ancestros tuviesen un consumo habitual de substancias psicoactivas, todo lo contrario: los estados alterados de conciencia era inducidos en momentos puntuales a lo largo del ciclo anual para celebrar determinados cambios estacionales o estructurales dentro del clan. Es más, la cerveza debió de aparecer en el Neolítico: alguién olvidó un poco de cereal en la piedra que, con el tiempo, fermentó y se convirtió en una bebida amarga y, a la vez, estimulante. Es por esto que nuestra capacidad para metabolizar el alcohol es más que limitada. El alcohol acompaña al homo sapiens desde tiempos bien recientes. En cambio, los receptores específicos de cannabioides llevan con nosotros desde tiempos inmemoriables. Esto podría explicar la mejora del humor asociada al ejercicio. Lo extraño es que a nadie se le ha ocurrido fundar una comunidad de «THC* runners»… Mejor no dar ideas.

Muy a menudo hemos podido leer titulares que hacen referencia a estudios aislados sobre la cerveza y su relación con el sobrepeso, sobre todo cuando los resultados no han podido correlacionar ambos factores. En esos casos las correspondientes asociaciones o grupos de interés del mundo cervecero han dedicado importantes esfuerzos a mandar notas de prensa a los medios de comunicación, transmitiendo el jugoso «la cerveza no engorda«, un mensaje que a todos os encanta leer.

Desde el punto de vista teórico y metabólico, hasta hace poco no había un claro consenso de los valores del índice glucémico (IG) de la cerveza. Afortunadamente, en el estudio de 2012 “Modifying effects of alcohol on the postprandial glucose and insulin responses in healthy subjects”, se calculó por primera vez y con rigor, tanto con alcohol como sin alcohol. Y los resultados fueron son bastante más altos de lo que se creía: Casi 120 para la primera y 80 para la segunda Y, como ya hemos visto, generalmente éste es un indicador fisiológico que suele estar asociado a una mayor contribución al aumento de peso.

Pero, desde el punto de vista de la relación directa con la obesidad, lo cierto es que hacía falta una revisión sistemática que agrupara y analizara todas las investigaciones epidemiológicas relevantes que se hubieran realizado durante las últimas décadas y sacara conclusiones. La primera respuesta llegó en 2013, en forma de meta-análisis: «Is beer consumption related to measures of abdominal and general obesity? A systematic review and meta-analysis«.

Les adelanto las conclusiones del abstract, para que se vayan haciendo a la idea:

«(…) la información disponible aporta inadecuada evidencia científica para poder evaluar si la cerveza en cantidades moderadas (menos de 500 ml al día) está asociada con mayor obesidad. Un mayor consumo, sin embargo, podría estar asociado con una mayor obesidad abdominal«. No le queda muy claro lo que quieren decir, ¿verdad? A mí tampoco, así que vamos a verlo en profundidad.

 Los investigadores hicieron en primer lugar una exhaustiva recopilación de gran cantidad de estudios observacionales de todo tipo, en los que los resultados fueron, efectivamente, enormemente heterogéneos, por lo que no permitieron sacar conclusiones en ningún sentido. Como explicaron pormenorizadamente en el documento, en este tipo de estudios observacionales las variables de confusión pueden tener un efecto importante, y en este caso la probabilidad de que estuviera ocurriendo era muy alta. Por ejemplo, se sabe que los grandes fumadores tienen menos sobrepeso, y también beben bastante más cerveza que los no fumadores. Así que el efecto de un peso menor al tomar cerveza podría estar compensado por la interferencia del hábito de fumar.

Para intentar añadir algo de valor a todo este trabajo con estudios observacionales, los autores hicieron algo complementario: Seleccionaron aquellos que consideraron más rigurosos y habían sido realizados en países en los que el consumo de cerveza es mayor, lo que permitiría aislar mejor el efecto. Y concluyeron que en esos casos, la correlación entre la cerveza y la obesidad se apreciaba con más claridad.

Posteriormente, procedieron a evaluar los principales estudios de intervención y los dividieron en dos grupos: Por un lado los que compararon la ingesta de cerveza con la no ingesta de ningún tipo de alcohol y por otro los que compararon la ingesta de cerveza sin alcohol y la de cerveza con alcohol. Sorprendentemente, los autores concluyeron que no se apreciaban diferencias significativas entre los bebedores    de    cerveza    y    los    grupos    de    control;    y    digo “sorprendentemente” porque todos los resultados de los 11 estudios seleccionados, excepto uno, concluyeron con valores en contra de la cerveza, de aproximadamente medio kilo de media. En concreto, 15 resultados identificaron un mayor aumento de peso entre los que más cerveza bebían y solamente uno observó una reducción. ¿Es que 15 a 1 no es una diferencia suficiente?

Lo cierto es que en los estudios originales, buena parte de los autores concluyeron que la correlación no era significativa, ya que las diferencias obtenidas fueron pequeñas (el medio kilo comentado). Pero creo que es algo normal, pues se trataba de estudios cortos, de 4 a 12 semanas de duración y en los que únicamente se modificaba una variable, por lo que los resultados suelen ser de esa dimensión. A no ser que se ingieran cantidades exageradas, es muy habitual encontrarse con esta circunstancia: Valores pequeños.

Volviendo   al   meta-análisis,   voy   a   entrar   en   el   apartado   de elucubraciones, así que tómense como una opinión personal lo que lean a partir de este momento.

La prudencia por parte de los investigadores en sus conclusiones quizás tenía su origen en varios factores. Como repitieron en más de una ocasión, es probable que la calidad de los estudios no fuera muy buena. Y, como he dicho, las diferencias obtenidas fueron pequeñas, así que supongo que se curaron en salud. La actitud prudente también es un valor a admirar en ciencia. ¡Ojo! Que quede claro que no digo que la revisión me parezca dudosa, de hecho me parece excelente, sino que la redacción de las conclusiones me parece poco comprometidas, al menos para mi gusto.

Yendo más allá, y alejándome aún más del rigor, voy a plantearles una sospecha o duda que me surgió al leer el trabajo. Me refiero a la siguiente frase que encontré al final del documento: «El Instituto Alemán de la Cerveza ha aportado los fondos para la realización de esta revisión. Este instituto es financiado por «Duch Brewers», que es la organización para el comercio de las ocho grandes comercializadoras de cerveza en Holanda«.

Así es, el estudio fue sido pagado por la industria de la cerveza.

Para intentar añadir algo de valor a todo este trabajo con estudios observacionales, los autores hacen algo complementario: Seleccionan aquellos que consideran más rigurosos y han sido realizados en países en los que el consumo de cerveza es mayor, lo que permitiría aislar mejor el efecto. Y concluyen que en esos casos, la correlación entre la cerveza y la obesidad se aprecia con más claridad.

Posteriormente, proceden a evaluar los principales estudios de intervención y los dividen en dos grupos: Por un lado los que han comparado la ingesta de cerveza con la no ingesta de ningún tipo de alcohol (A) y por otro los que han comparado la ingesta de cerveza sin alcohol y la de cerveza con alcohol (B). Sorprendentemente, los autores concluyen que no se aprecian diferencias significativas entre los bebedores de cerveza y los grupos de control; y digo sorprendentemente porque gráficamente estos son los resultados que incluyen en el documento:

Si los rombos o cuadrados están a la derecha de la línea vertical (la que marca el valor 0), significa que los que beben cerveza (A) o los que la toman con alcohol (B) ganan más peso. A mí me parece que se aprecia claramente que los bebedores de cerveza engordan más, ya que prácticamente en todos los casos el valor medio está ligeramente desplazado a la derecha. Le pido que vuelva a mirar los gráficos de arriba y que me diga si ve o no diferencias.

¿2-0 contra la cerveza?

 

Lo cierto es que en los estudios originales, buena parte de los autores concluyeron que la correlación no era significativa, ya que las diferencias obtenidas fueron pequeñas. Pero creo que es algo normal, pues son mayoritariamente estudios cortos, de 4 a 12 semanas de duración y en los que únicamente se modifica una variable, así que los resultados suelen ser de esa dimensión. A no ser que se ingieran cantidades exageradas, es muy habitual encontrarse con esta situación.

Ningún alimento aislado en cantidades moderadas o «normales» tiene un impacto grande a corto-medio plazo, así que no le veo mucho sentido a lo que dicen los autores al respecto en las conclusiones. Por ejemplo, una cerveza al día no es más que una pequeña pieza en el puzzle de la dieta habitual, que puede verse notablemente influenciado por el resto de alimentos. Para apreciar cambios de mayores dimensiones en estudios de este tipo habría que evaluar la globalidad y los efectos combinados o compensados que tienen diferentes alimentos. Por ejemplo, si desayuno galletas, me tomo un café con azúcar y un bollo a media mañana, como con pasta, meriendo un pequeño bocadillo con una cervecita y acompaño la cena con otra refrescante caña, estaré comiendo durante prácticamente todo el día alimentos de elevado índice glucémico, lo cual tendrá como consecuencia que durante muchas horas en mi sangre habrá una elevada concentración de insulina. Y esta situación repetida con frecuencia suele tener consecuencias poco deseables en muchas personas entre las que cabe destacar el estado de «ahorro de energía» en el que quedan el cuerpo y las células. Pero una caña de vez en cuando en el marco de una dieta y un estilo de vida saludable, no le supondrá ningún problema.

Bueno, cierro el paréntesis y quedémonos con el 15 a 1 en contra de la cerveza y con la frase final de los investigadores: «Un mayor consumo (…) podría estar asociado con una mayor obesidad abdominal». Visto

 

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